Silvia Ruth Cadogan

La Sanidad de Mi Herida Materna



Desde que tengo memoria, todas las noches de mi vida, tenía una terrible pesadilla. No tiene una secuencia como para relatarla, se trataba de sensaciones. Yo era pequeñita y acurrucada en un rincón de un recinto circular abovedado, todo lleno de una sustancia y en continuo movimiento. Muy suavemente me trasladaba de un costado a otro tomando diferentes posiciones. Tenía un color oscuro en los bordes y rojizo y anaranjado hacia arriba y al centro. Como cuando uno se mira la unión de los dedos de la mano contra una luz. Además había un sonido de fondo como de un motor, una máquina o una bomba. Y desde lejos escuchaba voces. Podía reconocer la voz de mi mamá y la de mi tío. Las voces subían de tono y comenzaban a discutir y a gritar. Luego un tremendo estampido. Y todo comenzaba a volverse espeso a mi alrededor, esa sustancia me apretaba cada centímetro de mi cuerpo y me asfixiaba, se me metía por las fosas nasales y por la boca y me ahogaba. Yo trataba de sacármela con las manos, pero era inútil. Mi corazón se aceleraba muchísimo y yo me sentía morir. Entraba en una lucha desesperada por sobrevivir. Y me despertaba bañada en sudor, gimiendo, llorando y clamando, aún siendo muy pequeña, al Papá del Cielo, que no soñara más con esto.



Esta situación duró hasta los seis años, todas las noches de mi vida. Una noche, en que se repitió la situación, con seis añitos le dije desesperada a Papá del Cielo que no dormiría más, porque ya no podía soportar esa pesadilla y lloré y lloré. Hasta que una tibieza me envolvió y me abrazó, y pude sentir un profundo Amor y Paz que me envolvían. Me quedé dormida, y nunca más volvía a soñar esta pesadilla. No obstante las sensaciones del sueño se desencadenaban ante algunas situaciones, como la presión en los dedos de las manos al amasar, provocándome una sensación de asfixia. Y así perduran en mi recuerdo hasta hoy.



Cuando grande, a los 18 años, estábamos viendo con mi familia, mi abuela y tía maternas, un video de la vida intrauterino. Cuando constaté con gran sorpresa, que las imágenes y sonidos coincidían con los de mi sueño. Y comencé a descomponerme. Mi familia me asistió y por primera vez comenté a alguien más mi pesadilla.



Así fue como me enteré que a los seis meses de mi gestación, mi madre intentó suicidarse luego de discutir con mi tío y se pegó un tiro, pegándose la pistola contra el pecho para no fallar. Allí se produjo un milagro, la bala resbaló por la caja torácica y se incrustó en el pulmón y las dos sobrevivimos.



Luego, a los dos meses de vida, mi madre me entregó al cuidado de mi abuela materna, por causa de una enfermedad y fui amamantada por un ama de leche, en una localidad distante 100 km de donde vivía mi madre.



A los seis meses de vida me enfermé gravemente de una hepatitis fulminante, de la cual los médicos dijeron que no podría sobrevivir y mis padres me tomaron bajo su cuidado nuevamente y milagrosamente salí adelante, a lo cual, los mismos médicos llamaron un milagro. Quedé con una hepatitis crónica que duró hasta la edad adulta, de la cual El Señor me ha sanado.



A los nueve años de edad mis padres abandonaron el país, cada uno por su lado y me dejaron junto a mis hermanos, al cuidado de mi abuela materna.



Desde el vientre de mi madre el enemigo intentó matarme y desde el mismo vientre El Señor preservó mi vida.



Durante mi infancia mis encuentros e intimidad eran con El Padre. Durante mi adolescencia, con Jesucristo y en mi edad adulta, a los 27 años, cuando más grave estuve de la Hepatitis crónica, después de tener a mi tercer hijo y habiendo perdido un embarazo de gemelos, conocí al Espíritu Santo.



Era una persona religiosa y estructurada y le costé mucho trabajo al Señor.



Cuando comencé a caminar en el ambiente evangélico y todos me preguntaban, cuando recibiste al Espíritu Santo?, yo no sabía bien que contestar, porque dentro mío tenía una certeza de que era en el vientre de mi madre, así es que le pregunté al Señor y El me confirmó que dentro del vientre de mi madre estaban el Padre, El Hijo y El Espíritu Santo y en ese momento, en ese milagro, ese instante que quedó plasmado en mi ser al punto que aún lo recuerdo, recibí al Espíritu Santo.



Rechazo y abandono, abandono y rechazo, recibí de mis padres desde antes de nacer. Y si bien yo desde un primer momento los perdoné, amé y comprendí, esto produjo en mis tremendas carencias afectivas, que me llevaron a generar una actitud incorrecta ante la vida, de dependencia emocional al afecto de los demás.



Esto me trajo serios problemas, como una caída en adulterio. Y en una oportunidad, me encontré rechazando a mi madre, tanto como ella me había rechazado, estaba repitiendo el diseño. Pero El Espíritu Santo en mi me guió y conocí el Ministerio de Restauración, donde pude ponerle nombre y apellido a mi quebranto y con mucho dolor comprendí que era un pecado y se llama, Idolatría Relacional.



Hoy después de cinco años de caminar en un proceso de sanidad, que pasó por las instancias de participante, asistente y líder ministrando a los asistentes, puedo decir que El Señor me ha sanado y que ya no busco el amor en la creatura si no en la Fuente del Amor Eterno, Nuestro Amado, Jesucristo El Señor.



Intentando recorrer todas las dimensiones de Su Infinito Amor, continuando en este proceso de Sanidad, y crecimiento que dura toda la vida.



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